Christian Ruby
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Cf. www.editionsnessy.fr
¡Convertirse
en espectador! Pareciera que ya nadie piensa que puede serlo. Menos aún prestar
atención a la posibilidad de tener que realizar ejercicios para convertirse en
uno. Sin embargo, todos somos inmediatamente espectadores. Pero ¿De dónde
proviene esa certeza? ¿Es posible que exista una naturaleza propia del
espectador?
No
existen naturaleza de espectadores per se, más aún considerando que tenemos que
comprender que algunas costumbres históricas las desarrollamos como parte de
una “naturaleza” de la cual no tenemos consciencia sino en el momento en el que
ese espectador -en el cual nos convertimos inadvertidamente- está destinado a
contemplar las realidades del mundo y –entre ellas- el arte contemporáneo.
Según
este criterio, no nacemos espectadores, nos convertimos en espectadores. Ahora
bien, convertirnos es el resultado de un crecimiento forjado en miradas,
audiciones, lecturas y formas de juzgar, por las mismas obras que apreciamos y
la confrontación de éstas con otras. Sin embargo, para lograr convertirnos en
espectadores ha sido necesario desarrollar un proceso especial, que consiste
–primero- en examinar aquellos ejercicios con los cuales nació el espectador clásico.
El
punto de origen pudiera ubicarse mediante el estudio de un número limitado de
personas, entre los que podemos incluir escritores, historiadores y filósofos
que han registrado su trayectoria. De esta manera, hemos decidido trabajar
analizando a los filósofos del siglo XVIII, en el momento en que -con el
nacimiento de la estética- se inventa y codifica la función de espectador tanto
de obras de arte, como del mundo, de la naturaleza y la historia, todos estos
pertenecen al contexto controvertible conocido como la Ilustración.
En
este orden de ideas, es posible realizar una retrospección histórica que nos
ayude a la formación del concepto de espectador tal como fuere abordado por los
filósofos del siglo XVIII. Éste nos indica que esta figura se produjo de manera histórica, era
exigida por la situación presente en la cual cada uno puede observar el “fin”
de una figura clásica, y el nacimiento de un nuevo tipo de espectador. Por lo
tanto, esta retrospección permitía relativizar el peso cerca de algunos de un
ideal de “espectador”, calcado sobre el modelo clásico y despejar perspectivas
optimistas en cuanto al comportamiento de los públicos contemporáneos.
Por
otra parte, la era clásica no estableció los lineamentos de la actividad
fundadora del espectador, incluso surgen algunas críticas sobre ello,
sugiriendo que las artes intentan desplazar los ejercicios y el sentido común
otorgado, sometiéndolo a divergencias cada vez más importantes. El arte
moderno, y luego el arte contemporáneo inventaron al espectador y al observador,
en vez del “espectador”. Sin embargo, durante el siglo XX, los medios de
comunicación y los Estados, multiplicando las estatizaciones de la sociedad,
inventaron también algunos tipos de espectadores nuevos: el espectador de
medios y el espectador de estadios, por ejemplo. El conflicto se agrava también
entre estos últimos y los intelectuales que no les profesan afecto alguno.
De
estos conflictos, es posible aprender una lección esencial, pues si jamás ha
existido el espectador, es posible señalar que no existe alguna forma clásica
de unificación. Es por ello que conviene entonces tomar en serio trayectorias múltiples
y heterogéneas de espectadores. En las artes, por ejemplo, el “espectador”, el
observador y el espectador, no cumplen los mismos ejercicios, siendo posible
representar cada uno de los tres simultáneamente, dentro de nuestras
actividades o diversas visitas.
Por otra parte, estas dinámicas y
trayectorias de espectadores pueden conducir a composiciones archipelágicas.
Esta figura de archipiélago pretende señalar que no sólo podemos y debemos
tomar en serio esta idea de espectador, cambiante, múltiple, polémico, sino que
-en otras palabras- la idea de espectador es una constante apertura y elevación
de su “yo”, pero que también debemos pensar en el común que envolvería a los
espectadores. Se ha dado sólo
en las costumbres que son ha deshacer. Es alejándose que el espectador logra y
puede lograr otro común. Componiendo sus diferencias, los espectadores podrían
volver a pensar en su acción en la ciudad, sin ceder a las asignaciones de las
cuales se pueden confinar.
Teniendo
esto en cuenta, el lector pudiera abordar esta obra de dos maneras. Ya sea en
lectura lineal, donde él ve dibujarse los conflictos en cuestión; o comenzando
por la segunda parte, y volver después a la primera para entender la
significación y la vanidad de las nostalgias más frecuentes.
Mientras sucede el proceso de
convertirse en espectador cada uno de nosotros cumple una trayectoria gracias a
la cual se ponen constantemente en juego sus gustos y encuentra la posibilidad
de discutirlos con los otros.
De
esta manera, es posible resumir el proceso de desarrollo una obra de la
siguiente manera: contrariamente a lo que afirman muchos críticos, no existe en
sí la norma del “buen” espectador. Para comprender esta excepción a la norma de
comportamiento de los espectadores, hay que confrontar nuestra época a la
historia de las figuras del espectador.
Por
lo tanto, es posible realizar la siguiente pregunta ¿Cómo los filósofos del
siglo XVIII construyeron la actividad clásica del espectador? y ¿Cómo se
educaron ellos mismos en los ejercicios que lo concretizan? A esto nos
dedicaremos a continuación.
Pero
hay que preguntarse por qué esta configuración fue traducida en un modelo que
sirve, hoy en día, para medir los espectadores de los medios, de los estadios y
de la sociedad. Algunos intelectuales les profesan poco afecto, o los acusan de
degradar sin indulgencia el ideal clásico. Sin embargo, los nuevos espectadores
no son ni pasivos, ni ignorantes, ni incapaces de emanciparse de las normas
mismas del espectáculo.
Es
hora de volver a dibujar un arte del espectador contemporáneo. El arte
contemporáneo nos ayuda, por lo tanto a proponer un nuevo puesto para el
espectador de la esfera pública.
(Traduction
Maria Eugenia Perez Pinaud).